BIO

De chiquita quería bailar descalza o taconear con zapatos de baile español, además de ser princesa, claro. Pero eso no era un anhelo. Yo siempre anduve por la casa con corona, y todos en mi familia me llamaban “princess”.
A los 12 años hice gimnasia artística por un tiempo muy corto, pero alcanzó para que soñara ser como las rusas o las rumanas que iba a ver al Luna Park.
Pocos años después, inspirada por películas como Fama y Flashdance, empecé a ir al gimnasio.
El mandato familiar fue más fuerte y empecé a estudiar derecho, pero a los 21 años cambié de rumbo.

En el año 85 conocí a Diógenes Urquiza y él fue mi mentor.
Investigué con mi cuerpo, leí mucho. Estudié el movimiento. No estaba sola, éramos un grupo de jóvenes apasionados por la buena alimentación y el ejercicio. Literalmente vivíamos en Aquarium Gym, una “casa-gimnasio” en Posadas y Rodriguez Peña.
Primero fue la gimnasia, después los fierros. Más tarde clases de danza y no tardó en llegar el yoga.

Me fui a vivir a Brasil y puse un gimnasio, la academia “Azul e Branco”.
En los años 90 ya de vuelta, fui parte de la primera camada en la formación de danza terapeutas en Argentina.
En el año 2000 arranque con clases de danza aérea.
Tuve una sutil pasada por el running.
En 2004 me enamoré de gyrotonic y viaje a Brasil para hacer la primera parte de la formación.
Nunca dejé de dar clases de gimnasia desde el año 1987 hasta hoy.
Mi método se fue nutriendo de lo que aprendí con grandes maestros, la propia exploración, y lo que me enseñaban los cuerpos de mis alumnas.

Tuve un emprendimiento de gimnasia en el lugar de trabajo con mi amiga Silvina Rudnik, que se llamó Gym@work y fue tan de vanguardia, que no pudo prosperar. Estuvimos invitadas al programa de Chiche Gelblung y nos hizo una nota Infobae, pero en aquel momento las empresas no veían importante ofrecer ese tipo de beneficios.
Paralelamente a mis proyectos, trabajaba en varios gimnasios, en algunos muy a gusto y en otros peleando por el reconocimiento, no de la gente sino de los dueños del lugar. Daba clases particulares y grupales. A veces creo que no soy consciente de la cantidad de personas que conocí con el correr de los años, a través de mi trabajo.
Mis clases siempre estalladas, hubo momentos en que pensé en dar número de llegada y hasta tuve que cerrar la puerta cuando el cupo máximo estaba cubierto, o dar dos clases seguidas para que nadie se quedara sin lugar.
Mis antiguas alumnas presenciales pueden dar fe de lo que digo.
Tengo hermosos recuerdos de esa época, mucha gente querida y algunas amigas entrañables. Se armaron grupos de mujeres muy hermosas, compartíamos datos de cine, recomendaciones de libros y restaurants y hablábamos incluso de nuestra vida privada.
En un momento empezó a pasarme que en vacaciones, mis alumnas querían seguir con las clases. Así fue que en enero de 2019 mientras estaba en Uruguay, a Galia, que también estaba de viaje en Israel, se le ocurrió tomar clase conmigo a través de una videollamada de whatsapp. Después siguió Pato Yusso y alguna otra con ese mismo método.

Año 2020. 17 de marzo, primer vivo de Instagram.
Llamé a cuatro o cinco alumnas/amigas y las invité a hacer la clase online. Hacía un día que yo había decidido no salir de casa, pensando que todo iba a durar sólo un par de semanas.
Fueron 5 meses, y vivos con muchas personas moviéndose conmigo. Recuerdo ver aparecer a “El asistente” (mi pareja), con un cartel con el número 750.
Replicamos online lo que vivíamos cuando íbamos al gym. Y más, mucho más, porque estábamos sensibles, fuera de eje, muchas veces desesperadas.
Cambié muchas veces “de pared” y Uds se daban cuenta de que tampoco estaba siendo fácil “quedarme en casa” siendo nómade. Pero juntas salimos adelante.

De pandemia hasta acá, la historia es conocida.
El intento de encontrar la manera de romper ese “techo” y abrirme al mundo, ya estaba latente antes de que nos encerraran. Sólo supe aprovechar el cierre, y mostrar lo que sé hacer.
Y por suerte a Uds les gustó!!!

Cada vez que estoy por empezar una clase, nuevos patrones de movimiento se dibujan en mi cabeza, como en una pantalla. Aparecen líneas y formas, pienso en cantidad de repeticiones y las secuencias se precipitan. Se combinan los ritmos y las cadencias. Un ejercicio se encadena a otro y entonces para mí todo empieza a tener un sentido, un hilo conductor que me va guiando.
Por eso cada clase es única.

Lo que intento transmitir a mis alumnas es lo que yo siento cuando me muevo.
La seguridad de un cuerpo disponible, la capacidad de transmutar emociones a través de la actividad física. La valoración de la propia capacidad, sin competir con nadie, agradeciendo y respetando las propias posibilidades.
El trabajo corporal es infinito, como infinitas son las formas y sensaciones que pueden experimentarse a través de él.

Si todavía no conocés mi método, y mi historia te pareció interesante, te invito a que descubras mi propuesta de bienestar en movimiento.